Dos disparos – Un frío verano | La Cabecita

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Dos disparos de Martin Rejtman es una historia donde el humor, la tragedia, lo absurdo, el aburrimiento, la emoción, la tensión y la violencia no se distinguen mucho entre sí. La película se columpia entre el drama de la incomunicación familiar/social y las bromas poco explícitas y absurdas. Rejtman nos sitúa en un verano agobiante como es el verano argentino y de entrada nos presenta una idea incomoda. Un adolescente decide, sin meditarlo, dispararse dos veces. Sobrevive a esto y lógicamente su acto provoca preocupación en su familia. Lo que sucede a partir de aquí no es la deriva “clásica” que tendría una historia como ésta.

En Dos disparos el punto de partida se diluye, se pierde, y opta por abrir múltiples caminos sin perderse ni mostrar un alejamiento de la realidad de los personajes. La película se convierte progresivamente en una historia sin conclusiones, sin sucesos, con unos personajes que viven una vida anodina, absurda, donde incluso los sobresaltos y los eventos que interrumpen la rutina se disuelven sin causar ningún cambio. El clima ayuda a la inactividad y la parsimonia de unos seres que van a la deriva y no hacen nada por evitarlo. La incapacidad de comunicarse incluso con sus seres más estimados y de manifestar las incomodidades y los sentimientos que cada uno tiene en su interior más profundo se hace cada vez más obvia a medida que transcurre la película. Estas situaciones no dejan de ser sutiles e instrascendentes, de transcurrir con absoluta normalidad como si nada sucediese. La preocupación y la alarma que inspira aquel intento de suicidio desde el primer minuto se va perdiendo, cayendo finalmente en el olvido, como una alegoría silenciosa de aquella incomprensión de lo que sucede internamente en uno mismo y de aquella falta de empatía con los demás. Incluso las actuaciones resultan frías, alejadas y tan estáticas como los mismos planos, similar a lo que sucede con los niños de Canino de Giorgos Lanthimos, otra película que pulula entre la tragedia y el humor extremadamente sutil.

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Todos estos puntos que pueblan la película de Rejtman se encuentran también en cineastas como Lucrecia Martel o el mismo Lanthimos. En La Ciénaga, de Lucrecia Martel, directora argentina también inscrita a aquello que se llama “Nuevo cine argentino”, está presente, como en el resto de su filmografía, una historia desestructurada en la que, superficialmente, no sucede nada relevante y los hechos cotidianos se suceden sin problemas. En aquella aparente nada, sin embargo, observamos a una familia repleta de problemas internos que en ningún momento se manifiestan. Percibimos un entorno, unas vidas, donde todo está a punto de suceder, donde todo está a punto de explotar, donde el abismo es una clara amenaza. Martel se encarga de presentar todo aquello de forma poco estruendosa, de manera que los personajes ignoren que ellos mismos son la causa de aquel hundimiento que parecen callar todos. La directora hace un gran uso, como Rejtman en Dos disparos, del clima, de las historias irresolubles, de las alegorías, del plano estático para transmitir esta sensación de agobio y desesperación que pesa, silenciosamente, en la vida de cada personaje.

El punto de ruptura respecto a la película de Martel surge con su vertiente humorística. Dos disparos se antoja como una Ciénaga repleta de humor absurdo, bromas sutiles, situaciones incómodas que hacen pensar en un Roy Andersson menos surrealista y más estival. La situación que enfrenta el protagonista al no poder cruzar ningún detector de metales y verse obligado a permanecer fuera de cualquier recinto que posea una de estas máquinas debido a que una de las balas que se disparó al principio de la película se le ha quedado encajada en el estómago es uno de los tantos resquicios de humor que se pueden encontrar en la película.

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Por lo tanto, en Dos disparos encontramos una propuesta con un punto de partida interesante que pasa a ser notable con la entretenida y orgánica mezcla que surge del humor más sutil y absurdo, sin llegar a surrealismo ni a hipérboles de ningún tipo, y la crítica social que engloba aquella tensión e incomunicación que se percibe en la frialdad de unos personajes que divagan en sus propias miserias.

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