DocumentaMadrid 2015 – Día 7 | La Cabecita

Dos películas de la Sección Oficial del 12º DocumentaMadrid prestaban especial interés a la vida de personas normales, que, a los ojos de los directores, se convierten en algo totalmente extraordinario: Something better to come, de la directora danesa nominada al Oscar Hanna Polak, que es una de las más valoradas por el público hasta ahora, y la húngara Drifter, de Gábor Hörcher. Frente a ellas, un trabajo de Panorama, Después de la niebla, de Luis Ortas Pau toma el camino inverso, y nos cuenta la asombrosa historia de un hombre que, al final de su vida, consigue llevar una existencia de lo más corriente.

Something better to come – Época de esperanza

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El proyecto de rodar una sola película en 12 años consecutivos, no de forma serial en varios episodios, de Richard Linklater en Boyhood supuso para el espectador una forma completamente nueva de concebir el paso del tiempo, dentro de la ficción. En el terreno documental, Hanna Polak se carea con el estadounidense en Something better to come, grabando durante 14 años a Yula, una niña que vive en un enorme vertedero a las afueras de Moscú, y cuyo sueño es llevar una vida normal. La directora lleva a cabo toda la grabación a lo largo de los años en secreto y con ayuda de quienes residen allí, ya que está prohibido tomar imágenes del lugar. Poco a poco, Polak se irá convirtiendo en una más, ganándose la confianza de la gente para que le cuenten sus historias, pero también enfrentándose a la desconfianza de algunos.

En un principio, parece que la cinta nos va a situar en el contexto histórico social rusa de cada año que pasa, pero finalmente ese aspecto se deja de lado para centrarse en la evolución humana; en el drama de esta gente abandonada a su suerte, especialmente los niños, que deben aprender a ser adultos y a cuidarse por sí mismos muy pronto. Yula se aleja de la realidad creyendo firmemente que algún día podrá salir de allí. Pero, ¿lo conseguirá? Something better to come es una película a la que cuesta engancharse, ya que su ritmo es muy irregular (defecto del que ya adolecía el filme de Linklater), le dedica demasiado tiempo a algunas edades concretas de transición, para después saltarse dos o tres años de una época más adulta, por lo que el final resulta muy atropellado. A pesar de ser en muchas ocasiones un fiel reflejo de la vida real más desencantada, esto parece no bastarle a Polak, por lo que a veces recurre a una molesta manipulación emocional mediante el montaje. Por tanto, un trabajo con intenciones muy notables, que a momentos aislados puede ser fascinante, pero que no funciona como conjunto.

Drifter – Niño y adulto

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Drifter podría ser la versión húngara de la española Game over (proyectada en Panorama, de la que hablamos en el segundo artículo del festival). Volvemos a encontrarnos con un chico sin demasiadas aspiraciones ni inquietudes, que solo se dedica a su obsesión: en este caso, en lugar de las armas, son los coches. Al igual que a Djalal, el protagonista de Game over, que se entregaba más a sus juego bélicos que a la guerra real, Ricsi solo es feliz participando en carreras automovilísticas, pero no en circuitos profesionales, sino en secundarios, los que se organizan para la diversión de los habitantes de esa zona. También Ricsi, como Djalal se encuentra afectado por el divorcio de sus padres, y tiene una madre que le sobreprotege.

Estamos ante un documental que casi está en el límite de la ficción hiperrealista. Pero, como también ocurría en Something better to come, son los propios protagonistas los que rompen con la cuarta pared (que tampoco está muy definida) hablándole directamente a la cámara, recordándonos y reafirmando que hay una persona justo detrás de ella. La decisión de Gábor Hörcher de introducir estos momentos en la narración, u otros, como en el que la cámara se la cae al suelo tras el susto que le da un motor que empieza a soltar líquido, dejan clara una voluntad de recalcar que lo que nos está contando, al fin y al cabo, está pasando auténticamente.

El origen de los problemas de Ricsi es la falta de una figura paterna fuerte, lo cual le crea un conflicto interno que no resuelve hasta que él mismo se enfrenta a su propia paternidad. Será eso lo que le haga cambiar su mentalidad infantil y salir de la inercia. Drifter es una nueva mirada socialmente comprometida con los problemas de la juventud actual, que sin embargo, da una imagen más optimista y esperanzadora de lo habitual, lo cual también se agradece.

Después de la niebla – La odisea de la supervivencia

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Lo que nos vamos a encontrar en la película de Luis Ortas Pau es exactamente lo que reza su subtítulo: Una historia de resiliencia. La capacidad de superación de Siegfried Meir, conocido como el cantante francés Jean Siegfried, formado en el teatro, y posteriormente uno de los más importantes empresarios de Ibiza, fundando allí la primera discoteca. Nada de esto remite a su origen y su terrible pasado: nacido en Alemania, y procedente de una familia judía muy religiosa, Meir sobrevivió milagrosamente siendo solo un niño a Auschwitz y Mauthausen. En éste último, un exiliado español que había sido hecho prisionero y obligado a trabajar allí, se convertirá en su protector, y acabada la guerra, ambos se irán a vivir a Francia.

Después de la niebla es un documental psicoanalítico, en el se pretende analizar las consecuencias en la vida posterior de Meir de un pasado del que, durante mucho tiempo, se negó a hablar, no solo para olvidar, sino porque nadie a quien se lo contaba podía entenderlo. El documental recoge testimonios directos del propio Meir y de mucha gente que le ha rodeado, familiares y amigos, hablando todos ellos de manera muy directa de su personalidad, la cual no tratan de idealizar. La indiferencia y la frialdad hacia cualquier sentimiento que se fue formando en aquellos años de los campos de concentración, han convertido a Meir en una persona antisocial, dura y despótica. Quizás en este sentido, lo más valioso de la película sea que, como ejercicio terapéutico, alguien que ha vivido con una coraza puesta durante tanto tiempo, es capaz de emocionarse y llorar al hablar delante de la cámara. Y por fin, tras esta experiencia (que ya había contado antes en un libro, el cual da origen al filme), Meir puede acabar sus días tranquilo, incluso con algo de la paz que tanto tiempo de silencioso tormento le había impedido disfrutar.