Whiplash – La búsqueda de la perfección | La Cabecita

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¿Qué es la perfección? ¿Acaso existe? En numerosas ocasiones esta pregunta ha rondado por mi cabeza, ¿cómo se decide que algo es perfecto? ¿Cómo se decide que todas las piezas encajan a la perfección para ser prefectas? Digamos que para mi existen un gran número de películas que considero que son perfectas, estoy seguro que muchos compañeros críticos de cine, podrán rebatirme muchas de estas supuestas obras perfectas con motivos completamente válidos. ¿Se puede hablar de la obra perfecta cuando ésta no lo es de manera unánime? Y si no es así… ¿existe la perfección? Aunque soy un gran melómano, no soy para nada un entendido en música, es más, por mucha rabia que me dé, es algo que jamás conseguiré ser porque tengo un oído inútil que apenas me permite distinguir un instrumento de otro, pero la misma cuestión que me pregunto yo con el cine, es aplicable con la música. ¿Existe la obra perfecta?… o en el caso que plantea Whiplash, ¿existe la interpretación perfecta? Y de ser así, otra duda que me surge es… ¿podrían dos interpretaciones distintas de la misma obra ser ambas perfectas? Hay algo que me falla… algo que no entiendo, posiblemente el problema es que no existe perfección, y sin embargo, por los siglos de los siglos la perfección ha sido la quimera a perseguir, la única forma de destacar era conseguir la perfección.

La perfección en la música es el tema que plantea Whiplash, o siendo más concretos, la obsesión por hallar la perfección. Ahí están alumno y maestro, en busca de su propia perfección. El alumno sólo quiere mejorar, sólo quiere lograr la interpretación perfecta, convertirse en el mejor, ser alguien notable por los tiempos de los tiempos, y para ello, el único camino es posible es el de la perfección. El maestro también busca su perfección, pero no la suya, su propia perfección pasa por encontrar al próximo Charlie Parker, por ser el hombre que descubrió al próximo genio. Y no importa los métodos que se usen para encontrar esta absoluta perfección, esta quimera perdida. Entramos pues, en un peligroso juego en el que absolutamente todo vale si con ella se alcanza la tan ansiada perfección. Un juego peligroso que lleva a la propia autodestrucción, a la extinción humana, en pos de la eternidad, de la inmortalidad otorgada con el encuentro de la perfección.

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Esta perfecta y radiografía de la obsesión, un terrible peligroso juego psicólogico que realiza el joven realizador Damien Chazelle, tiene mucho ecos del cine de David Fincher, al fin y al cabo, este retrato obsesivo no difiere mucho de los trazados por Fincher en películas como Seven o La red social, en las que sus protagonistas dejaban de lado todo rastro humano por conseguir terminar esa perfección que les otorgara la criminal, ya fuera como criminal, como informático, o como ocurre aquí, como artista. Chazelle atosiga, implica al espectador hasta la médula en sus juegos mentales, le lleva a terrenos realmente peligrosos, a los lugares más recónditos del dolor en los cuáles todo vale. Valga como ejemplo, esa terrible escena en la que el protagonista tendrá que lidiar con otros dos compañeros para conseguir el puesto titular de la banda, donde el realizador no duda en dibujar todo con planos cortos, en los que el sudor y la sangre depositados para alcanzar esa perfección, salpican continuamente la pantalla, logrando una incomodidad y una recreación en el sufrimiento masoquista que fácilmente recuerda a obras de gran radicalidad como La pianista de Michael Haneke. Porque al fin y al cabo, Neyman, al que da vida un impresionante Miles Teller, al que las cicatrices de su rostro ayudan a reflejar todo el desempeño y el sufrimiento dejado en esa búsqueda de la perfección, no es más que una mezcla de aquella pianista a la que daba vida la Isabelle Huppert de La pianista, y aquel tipo narcisista y anti-social que era el Mark Zuckerberg al que interpretaba Jesse Eisenberg en La red social.

La unión de este tipo, tan encerrado en sí mismo como herido desde su propia frágil existencia a la de un instructor que como el Louis Gossett Jr. de Oficial y caballero o el R. Lee Ermey de La chaqueta metálica, y que incluso, en su atuendo siempre con una camiseta oscura ceñida metida por dentro del pantalón parece representar una autoridad casi militar, no duda en usar los métodos más ruines y crueles para lograr su objetivo, que no diverge demasiado del que busca Neyman, da lugar a una explosión de dos egos intocables que en su propia búsqueda de la perfección acaban destruyéndose el uno al otro, echándose por completo de su camino a toda costa, sin darse cuenta de que para lograr su objetivo, el uno es clave para el otro. Lo más singular de este tipo rudo al que da vida J.K. Simmons, que cada vez que cierra el puño para parar el sonido, da un puñetazo en el aire que suena con más fuerza que ningún otro, es que encierra en él una singular tristeza. Es un acierto no saber demasiado de él, no saber que le rodea, sólo sabemos su objetivo en una bella conversación entre ambos protagonistas en el bar ya casi al final de la cinta. No tenemos ningún otro dato sobre él, más allá de la crueldad que utiliza para enseñar, su falta de piedad, totalmente amoral. Pero sin embargo hay algo en él, algo que Simmons representa de manera extraordinaria, que nos hace sentir verdadera simpatía por este tipo tan antipático, y es la sensación que una marea de tragedia se cierne sobre él, y no hace falta que la película nos lo cuente, el cuidado tratamiento del personaje, y sobre todo, la fuerza de la interpretación de Simmons, una de las mejores actuaciones de los últimos años, son más que suficientes para entender a este hombre, aunque sea casi un sociópata.

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Me parece impropia de un casi debutante como Chazelle, que en su haber sólo tenía una pequeña película filmada en blanco y negro, la destreza mostrada para contar una historia como la de Whiplash. La película tiene una intensidad notable, siempre se encuentra en el punto más alto, manteniendo al espectador tenso, en una cuerda que no se rompe durante toda la película. Para lograr esto, además, usa todas las herramientas que tiene disponibles, desde un complejo trabajo de cámara y fotografía, en el que se alternan a la perfección las tomas largas y las cortas, dónde los planos siempre parecen ser los más acertados posibles. Un cuidado trabajo de montaje que hace parecer que la película está calculada con un metrónomo, para mantener siempre ese ritmo que la hace parecer casi una obra de jazz, posiblemente el mejor ejemplo de esto lo encontremos en la escena en la que Neyman tiene que ir con el coche a recoger unas baquetas, dónde el montaje, la intensidad y la rapidez con la que aparece en pantalla parecen un solo de batería, el momento cumbre de una canción antes de la ruptura (brutal) que da pie al final. Y también, por supuesto, un guión brillante, dónde cada detalle está pensando, y dónde los afilados diálogos sirven como recurso brillante para mantener ese tono siempre elevado cuando la potencia de la composición visual debe relajarse.

Whiplash en una obra circular, como si lo perfecto se anidase en una burbuja redonda, la película empieza con Neyman tocando, parando su interpretación constantemente cuando no debería hacerlo, y acaba con Neyman tocando, sin parar cuando debería hacerlo, dejando sobre las baquetas su sangre, su sudor y sus lágrimas, el fruto de su esfuerzo, y es ahí cuando Chazelle consigue elevar su obra a la perfección, a alcanzar la quimera para sus dos protagonista. Desconozco si la perfección existe y si el desempeño de Damien Chazelle para sacar adelante la película llegó a ser tan extremo como el de sus dos personajes, pero de lo que no me cabe duda es que si esa perfección existe Whiplash se queda muy cerca de alcanzarla.

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Ficha técnica:

Título original: Whiplash Director: Damien Chazelle Guión: Damien Chazelle Música: Justin Hurwitz Fotografía: Sharone Meir Reparto: Miles Teller, J.K. Simmons, Melissa Benoist, Paul Reiser, Austin Stowell, Jayson Blair, Kavita Patil, Kofi Siriboe, Jesse Mitchell Distribuidora: Sony Fecha de estreno: 16/01/2015