Leviatán – La banalidad criminal | La Cabecita

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Dentro de la trayectoria ascendente del cineasta ruso Andrei Zvyagintsev, Leviatán se sitúa como su mayor logro hasta la fecha y como una notable aportación a un cierto tipo de cine que comparte un indudable aire de familia con el del turco Nuri Bilge Ceylan. El parentesco de Leviatán con Érase una vez en Anatolia (2011) y Sueño de invierno (2014) es innegable, y en las tres obras podemos ver el reflejo en el mundo rural de la decadencia y el óxido de dos antiguas potencias, Rusia y Turquía, en unas horas tan bajas que sólo una heterodoxa y fallida política exterior es capaz de ofrecer algún indicio de lo que ambos países representaron en el pasado. Armados estos cineastas con una lupa despojada de los oropeles y la grandilocuencia que los gobiernos de los dos países nos suelen transmitir, es en unos personajes estancados, sin expectativas o envilecidos hasta el extremo en donde reconocemos los aspectos nauseabundos de una realidad que intuimos pero que ningún medio de comunicación nos ofrece la oportunidad de observarlos con esta claridad.

Leviatán, al igual que las dos películas con las que la comparamos, está imbuida por una admirable combinación de ambición artística y capacidad de observación a ras de tierra. Pero hay un detalle de importancia que separa esta notable película de Zvyagintsev con las últimas de Ceylan, y es la ausencia total (y paradójica tratándose de un cineasta ruso) de espíritu chejoviano en sus personajes principales. No hay rastro en ellos de ilusiones perdidas, de buenas intenciones corrompidas por el paso de tiempo o de carreras prometedoras truncadas por el peso de la decadencia ambiental. En Leviatán la corrupción es integral y la falta de esperanzas, absoluta; el talento no existe y la posibilidad de empatizar con cualquier empeño de sus protagonistas, casi nula.

El mismo comienzo de Leviatán nos ofrece pistas clave del cenagoso mundo en el que vamos a sumergirnos: unos inquietantes planos marítimos de cascos en ruinas y de olas embravecidas, con una luz escasa y mortecina, hablan a las claras de que no nos adentramos en un terreno fácil ni vamos a ver una historia optimista. Recurriendo a unos planos por lo general largos y distanciados, Zvyagintsev opta por acercar lentamente la cámara hacia los personajes y por hacer transcurrir la trama de forma predominante bajo una luz lánguida, propia de los escenarios nocturnos en que se mueven los protagonistas.

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El título del film hace una transparente alusión al poder político, en su estado más primitivo y desnudo, y el mundo político que Zvyagintsev quiere enseñarnos es muy representativo no sólo de la Rusia actual, sino de la involución autoritaria que parece recorrer el planeta y en la cual todo tipo de ideal queda descartado como elemento para la actuación pública y el ejercicio del poder, brutal e interesado, se constituye en un fin en sí mismo. La repetida presencia de la Iglesia Ortodoxa y sus vulgares representantes, legitimadores de los abusos y prestos a consagrar el estado de cosas existente a través de una cháchara teológica maliciosa y esquinada, es un modo de ofrecer una estética altisonante a este poder, encarnado en un alcalde tan falto de sustancia que intuimos que sin el cargo no sería más que un mafioso de poca categoría.

Además de ver de cerca a este representante del poder político, encarnado con maestría por un inspirado Roman Madyanov, y al poder eclesiástico, tenemos ocasión también de contemplar a un poder judicial sordo, alejado de cualquier realización del ideal de justicia y que no nos ofrece otro rostro que el de su acartonada escenificación, mostrada en una serie de planos de rigidez geométrica en la que cada actor representa un desganado papel en el que no hay lugar para las sorpresas ni para otra voz que no sea la de la juez leyendo de forma vertiginosa unas sentencias tan plagadas de tecnicismos como legitimadoras de decisiones tomadas de antemano.

En este escenario empieza la odisea de un protagonista, Kolia, que no es un hombre malvado (al menos en comparación con la podredumbre que lo rodea); pero su alcoholismo, acentuado por un rostro ajado, y su incapacidad para saber medir las fuerzas con las que se enfrenta parecen destinarlo al desastre desde el primer minuto. La presencia de su abogado amigo, Dmitri, que en un principio parece tener la capacidad para actuar como contrapeso a la brutalidad ambiental, nos ofrece una dura visión de la oposición rusa actual: sin entidad real, su desastrosa actuación, acompañada de un pobre lío de faldas, parece advertirnos que sin una fuerza real detrás lo mejor es dedicarse a modestos menesteres.

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Existe en Leviatán una significativa secuencia en la que los protagonistas parecen sustraerse de su dramático enfrentamiento con el poder mediante una escapada campestre cuyo principal objetivo, además de preparar una barbacoa y beber vodka, es practicar el tiro al blanco. Cuando las botellas vacías se terminan, el organizador de la escapada saca de su maletero unos retratos para proseguir con el tiro: son los de Brezhnev, Lenin y Gorbachov. Zvyagintsev se cuida mucho de no mostrar a Putin (que sí aparece en lugar preferente del despacho del alcalde) y los protagonistas, comentando la ausencia del “poder actual” en la galería, sólo se atreven a apuntar que es necesaria “perspectiva”, aunque enseguida añaden la necesidad de incluir a Yeltsin. Y quien no aparece, desde luego, es Stalin, seguramente el principal inspirador en su arbitrariedad, despotismo y carencia de escrúpulos de la bestia hobbesiana que no necesitará perspectiva alguna para aplastar los obstáculos que impidan su implacable ejercicio: el mero temor de una pequeña contestación bastará para desencadenar los acontecimientos.

Obra desesperanzada, oscura y coherente, realizada con un frío bisturí que consigue abrir en canal recónditos territorios que se alejan de la actualidad y de las apariencias, símbolo de un mundo rural en descomposición y de un país que huyó de la utopía para caer en la banalidad criminal, el estreno de Leviatán un 1 de enero parece una inmejorable forma de inaugurar un año cinematográfico que se aleje de la superficialidad y sea capaz de apostar por películas de calado. Confiemos en que no sea un espejismo.

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Ficha técnica:

Título Original: Leviafan (Leviathan) Director: Andrei Zvyagintsev Guión: Oleg Negin, Andrey Zvyagintsev Fotografía: Mikhail Krichman Reparto: Vladimir Vdovichenkov, Elena Lyadova, Aleksey Serebryakov, Anna Ukolova,Roman Madyanov, Lesya Kudryashova Distribuidora: Golem Distribución Fecha de estreno: 01/01/2015