Grupo salvaje – La épica sucia | La Cabecita

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Grandes obras como Centauros del desierto, Incidente en Ox-Bow o la reciente Valor de ley no han conseguido quitarme la sensación de que el western es un género que me cuesta. Es indudable su importancia en la historia del séptimo arte, y os mentiría si dijera que no he disfrutado con alguna de las obras de John Ford o con la última aventura de Quentin Tarantino, pero siempre hay algún aspecto en ellas que me saca ligera o agresivamente de la experiencia. Afrontaba el (primer) visionado de Grupo salvaje, probablemente la obra más aclamada de Sam Peckinpah, con la duda de si iba a sufrir de nuevo esa pequeña desconexión, si por el sendero iba a encontrar pequeñas piedras que al caminar se me fueran a meter en el zapato para no hacer más que molestar. Y sí, las piedras estaban ahí, pero he sabido esquivarlas con más eficacia que en pasadas ocasiones.

Grupo salvaje nos cuenta la historia de un grupo de forajidos que, mientras se ven perseguidos por un desastroso escuadrón de la ley liderado por un antiguo miembro de la banda, van en busca de oportunidades con las que sacar una buena tajada y finalmente retirarse. El propio inicio de la película es una total declaración de intenciones, no ya por la manera de presentar a los personajes o el desarrollo de ese primer tiroteo en la ciudad, sino por la manera en la que Peckinpah nos representa un salvaje oeste en decadencia, amenazado por una civilización que más que llamando a la puerta está poniendo un pie dentro de casa. No es de extrañar los numerosos planos dedicados a los niños, que sin jugar un verdadero papel en la trama resultan ser un elemento omnipresente en el desarrollo de toda la obra, o la importancia del choque con México y su gente.

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Uno de los aspectos más destacables de la película y que en su día crearon una gran polémica fue su carácter violento, ya que no se privaban de mostrar grandes chorros de sangre saliendo despedidos de los cuerpos de los personajes o heridas en primer plano. Vista a día de hoy es evidente que esa polémica ha sido, en mayor o menor medida, superada, aunque es cierto que en escenas como la inicial o, sobre todo, la final, se deja patente el ánimo de Sam Peckinpah en dejar huella en la retinas de los espectadores. Tampoco creo que sea una violencia exagerada; es cierto que es explícita y alcanza cuotas notables, pero gracias al acelerado montaje y al gran uso de la cámara lenta se deja claro que el autor no se está regodeando en esa llamativa fachada, sino que la está utilizando como un elemento más dentro de un conjunto que va mucho más allá.

Y es que quedarse solo con que Grupo salvaje es una película sangrienta sería tan injusto como decir que no es una historia de personajes. Lo es, sin duda: nos encontramos ante una trama en la que dos de ellos adquieren el adjetivo de protagonistas (Pike Bishop y DekeThornton, interpretados por William Holden y Robert Ryan respectivamente) pero que se ve salpicada por muchos otros individuos con papeles absolutamente relevantes para el devenir de los acontecimientos. Es una obra que desarrolla con cuidado a sus personajes, que se preocupa en presentarlos con gracia e ir dándoles trasfondo a medida que pasan los minutos. En ese sentido el guión es muy correcto, ofreciendo diálogos ágiles y algunas frases para el recuerdo (“todos soñamos con volver a la niñez; aun más los peores de nosotros. Quizá sobre todo los peores”).

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Grandes películas firmadas por John Ford como la mencionada Centauros del desierto o La diligencia ofrecían una visión mitificada de un espacio tan hostil como el salvaje oeste; dudosos héroes con mentalidad turbia que se debían enfrentar a elementos de su pasado que se quedaron sin resolver, todo bajo el cielo azulado y la rojiza arena. Visiones épicas de sacrificio pero también de victoria. El propio Ford se encargó de cerrar una era con su El hombre que mató a LibertyValance, y por ello Sam Peckinpah decidió escoger otro camino, el camino del barro y la épica sucia, el camino en el que sus personajes se sacrificaban no por gloria, sino porque no tenían otro destino. El del final falsamente feliz. Grupo salvaje es el máximo exponente del “yo hago el trabajo sucio”. Una gran película, en definitiva.