El corredor del laberinto – Corre, Thomas, corre | La Cabecita

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Solo le pido una cosa a los blockbusters juveniles: que me entretengan. Si una película dirigida al público adolescente consigue hacerme pasar un buen rato durante su hora y media de duración me daré más que por satisfecha. Si alguna además consigue atraparme con su historia y plantearme cuestiones más o menos interesantes mejor que mejor. En ese caso no sólo estaré frente a un blockbuster cumplidor sino ante una buena película. No es necesario que me remonte a tiempo atrás para encontrar un ejemplo de éstos últimos ya que la misma Los juegos del hambre representa muy bien lo que se podría considerar un blockbuster inteligente. Sin embargo, El corredor del laberinto, la última película de Wes Ball, es simplemente uno de esos que consiguen entretenerme sin más. Otra película más entre las muchas que van dirigidas al público en plena efervescencia hormonal.

El corredor del laberinto cuenta la historia de Thomas, un joven que de pronto se despierta desorientado en un ascensor sin recordar nada sobre él. Es el año 2024. De pronto, el ascensor se detiene, las puertas se abren y una multitud de chicos lo recibe. Ha llegado al Claro, un lugar rodeado de altísimos muros con dos portones que todas las mañanas se abren y dan paso a un inmenso laberinto. De noche, las puertas se cierran y por el laberinto circulan unas aterradoras criaturas llamadas laceradores. Todo lo que ocurre en Claro sigue unas pautas: al abrirse las puertas, algunos chicos salen a correr al laberinto para buscar una salida. Una vez al mes, el ascensor sube con un nuevo chico, nunca una chica… Hasta ahora. Tras la llegada de Thomas, suena una alarma y el ascensor trae a otra persona. Es una chica, y en la nota que la acompaña pone: «Ella es la última. No llegarán más». Las cosas en el Claro empiezan a cambiar. Y lo único en lo que Thomas puede pensar es en lo mucho que desea ser un corredor.

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Es posible que El corredor del laberinto me haya gustado más que a la media porque no me he leído el libro en el que se basa, un best-seller que ha arrasado en Estados Unidos y está en la lista de los libros más vendidos en España y que ha entusiasmado al lector adolescente ansioso siempre por encontrar novelas de este tipo, historias en las que un puñado de chavales corren aventuras de diversa índole. Las expectativas en mi caso eran ínfimas, esperaba encontrarme un producto fácilmente olvidable y que me aburriese sobremanera. Y aunque no se trata, ni mucho menos, de una película notable, la cinta de Wes Ball consiguió generarme la suficiente curiosidad como para seguir su historia con relativo interés.

El corredor del laberinto parte de una idea interesantísima: ¿qué harías si de la noche a la mañana apareces en una explanada cuadrada, sin recordar quién eres o por qué estás allí, y te dicen que JAMÁS puedes salir (sólo se puede salir por el laberinto, claro)? Esa es la situación en la que se encuentra el protagonista de El corredor del laberinto, un chaval intrépido que interpreta de manera más que decente Dylan O’Brien. La mayor virtud de este primer tramo de película es que el espectador va sintiendo exactamente lo mismo que el personaje protagonista a medida que avanza la película, por ello experimentamos la misma curiosidad que él por saber qué significado tiene ese microcosmos que se ha abierto ante sus ojos de pronto y por eso ansiamos descubrir qué hay dentro del laberinto a pesar de las advertencias. La película sabe cómo hacer que el espectador quede atrapado por esa malsana curiosidad.

Es muy probable que el espectador más avanzado encuentre varias similitudes entre El corredor del laberinto y El señor de las moscas. Ambos son survivals con niños de por medio, entre los que surgen diferencias que les llevan a cometer actos de violencia extrema, que viven en los límites de la cordura y que deben enfrentarse a situaciones y dilemas que no corresponden a su edad. No obstante, el desarrollo es completamente diferente, El señor de las moscas iba más allá del entretenimiento simplón y conseguía que el espectador pensara sobre cuestiones tan trascendentales como el bien y el mal, la crueldad del ser humano o el salvajismo fruto de la incivilización. El corredor del laberinto, por el contrario, dedica todos sus esfuerzos a construir un filme entretenido, que no invite al espectador a pensar, y en el que la curiosidad (por lo desconocido) sea el sentimiento prioritario.

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El problema es que aunque la película consigue atraparte durante buena parte de su metraje, pronto los agujeros de guión empiezan a hacer acto de presencia, y lo peor es que no estamos hablando de pequeños fallos que chirrían en el conjunto de la trama. No. Ojalá fuera sólo eso… De pronto empiezan a ocurrir cosas carentes de explicación que el espectador tiene que aceptar porque sí y que resultan irrisorios además de estúpidos, empezando por la aparición de la ÚNICA mujer que aparece en la película, un personaje que, para colmo, es de lo más innecesario, y terminando por ese final tan espantoso.

En definitiva, estamos ante otro blockbuster para teenagers que seguramente guste a aquéllos que no esperen demasiado de él y que no se tomen la adaptación a la tremenda (porque por lo visto la película tiene poco o nada que ver con el libro). Seguramente los fallos argumentales de los que adolece la cinta estén perfectamente explicados en el libro de James Dashner, pero como no estoy capacitada para valorar la adaptación sólo puedo decir que, aunque la historia se descuida en muchos momentos hasta extremos preocupantes, Ball sabe cómo llevar al espectador hasta donde quiere.

Ficha técnica:

Título original: The Maze Runner Director: Wes Ball Guión: James Dashner, Noah Oppenheim Música: John Paesano Fotografía: Enrique Chediak Reparto: Dylan O’Brien, Thomas Brodie-Sangster, Kaya Scodelario, Will Poulter, Ki Hong Lee, Blake Cooper, Aml Ameen, Jacob Latimore Distribuidora: Fox Fecha de estreno: 19/09/2014