House of Cards (Temporada 2) – La eterna búsqueda del poder | La Cabecita

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Es inexplicable esa fascinación que tenemos por el poder y la inmoralidad que conlleva. Nuestro personaje favorito de Breaking Bad es el todopoderoso Walter White, implacable, muchas veces vil y terrible. O el imperecedero Tony Soprano, que aúna los mismos talentos para el mal que el cocinero de metanfetamina. El mal mola, y Frank Underwood es malo, muy malo. Luego Frank Underwood mola.

Con esta premisa, que asumo, el lector compartirá si ha seguido hasta entonces esta serie, debo comenzar esta reseña, pues, al igual que en la 1º temporada, House of Cards gira en torno a Frank Underwood y su imparable ascenso al poder. Al final de la anterior temporada, y aquí, si no ha visto la temporada 1 deje inmediatamente de leer (y póngase a verla), Frank Underwood consiguió su objetivo de alcanzar la Vicepresidencia del gobierno más poderoso de la tierra. Tomando como punto de partida ese final, esta segunda temporada sigue modo similar centrándose en el político y su esposa, nuevamente brillante Robin Wright, que juntos conforman el matrimonio más frío de la Tierra.

Y de un modo similar a la anterior temporada también, todo transcurre de la forma más elegante, atractiva, sexy, erótica (y se me acaban los adjetivos) que se puedan imaginar. La erótica del poder y del mal en su máximo esplendor. Con la experiencia que da una gran primera temporada, ahora se nos cuentan todas las intrigas y manipulaciones políticas aún mejor, pues la serie argumentalmente es mucho más valiente y nos atrapa irremediablemente desde el primer momento (atentos al primer capítulo, por si pensabais que Frank Underwood no era malo) hasta el último, en un desenlace tan deseado inconscientemente por el espectador que produce un placer indescriptible.

La serie ha ganado en madurez y calidad y creo que también lo han hecho sus intérpretes. Si Robin Wright ganó el Globo de Oro por su fantástico trabajo en la primera temporada, salvo sorpresa debería ser la elegida para ganarlo este año también pues está aún mejor, llena de matices e imponente y si Kevin Spacey no lo ganó el año pasado, por razones obvias y merecidas,razones con el nombre de Bryan Cranston, este sí debería ser su año.

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Frank Underwood es tan carismático, ladino, implacable y traicionero que ha creado un mito (Kevin Spacey lo sabe, miradle sino en los Oscars de este año la interpretación que hizo) un personaje para el recuerdo que nos encanta y nos atrae a pesar de que censuremos prácticamente todo lo que hace. Y este efecto que consigue y que han conseguido otros como he mencionado al principio es muy complicado de obtener. Requiere un brillante guion y un gran talento de interpretación para que el espectador no vea con repulsa al personaje, quizá entienda en parte sus motivos pero entienda también lo deleznable de su comportamiento. Es este el mayor triunfo de House of Cards, la creación de un mito, un estandarte para la serie que la elevan muy por encima de sus coetáneas y la hacen terriblemente atractiva de ver y de seguir.

Naturalmente tiene fallos y en esta temporada se traducen en una línea argumental que se antoja necesaria pero quizá no lo suficiente como para tener tantos minutos, hecho que se traduce en que está cerrada de una manera bastante repentina.

Pocos detalles más se le pueden echar en cara a una temporada modélica, a mi parecer mejor que la anterior y que confirman a una de las mejores series en emisión y también una de las series más atractivas que uno puede ver. Atractiva en todos los sentidos porque, en el fondo, a todos nos encantaría ser Frank Underwood.