El político – El traje nuevo del emperador | La Cabecita

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La clase política, esa que nos da tantos quebraderos de cabeza a los ciudadanos de a pie, dispone también de un hueco en el maravilloso mundo del cine. No son tiempos fáciles para la mayoría de personas: poco trabajo, poco pan, pocas oportunidades… Y en cambio mucha corrupción. Parece que cuando peor van las cosas es cuando aprovechan (aún más) los políticos para robar y robar, y no se cansan. No es una opinión, es un hecho, solo hay que poner el telediario a la hora de comer y deleitarse con las hazañas de nuestra querida clase política.

Ingenuamente podríamos pensar que esta corrupción es algo actual, novedoso, pero por desgracia no es así. Si algo nos demuestra El político es que el poder ha estado corrupto desde siempre, que aún siendo una película que cuenta ya con la friolera de 65 años sigue siendo tan escalofriantemente actual como cuando se estrenó allá por 1949.

La película nos muestra el meteórico ascenso de Willie Stark, un hombre sencillo, honesto y criado en el campo, en definitiva, un tipo corriente. Aunque es un hombre de tantos, tiene la ilusión y la certeza de que puede cambiar las cosas si se involucra en la política. Mientras, poco a poco, va a escalando puestos y teniendo cada vez más peso en el mundo de la política, Stark se va volviendo cada vez más vil y mezquino, convirtiéndose así en un político corrupto al que le apasiona el poder.

Es este cambio tan radical en la vida de Stark lo que más interesa de El político. Es el cómo una persona bondadosa y honesta puede convertirse en un tirano en cuanto adquiere el poder suficiente como para cambiar las cosas a su antojo.

En sus inicios el Willie Stark que interpreta de manera colosal Broderick Crawford nos recuerda en cierta medida a otros políticos cinematográficos como el íntegro e idealista Jefferson Smith, encarnado por James Stewart en Caballero sin espada, de Frank Capra; o a Frank Skeffington, el veterano y bonachón alcalde interpretado por Spencer Tracy en El último hurra de John Ford. Hombres cuya principal meta es proporcionar el bienestar de su gente a través de sus actos en política. Pero mientras que Smith y Skeffington se mantienen firmes y son fieles a sus principios, Stark demuestra ser frágil y egoísta una vez alcanza el poder. Empieza siendo una marioneta en sus inicios como aspirante a gobernador, pero conforme Stark se va volviendo más astuto y perspicaz su rol en la política va cambiando, e irremediablemente acaba siendo un titiritero con sus propias marionetas. A partir de ahí veremos a un Willie Stark totalmente distinto al que se nos presentaba en el inicio del film. Se convierte en un déspota, un verdadero diablo más preocupado por mantenerse en el poder que el estatus de sus votantes. Hace cosas por el pueblo, sí, construye carreteras, edificios, estadios… Da calidad de vida a la gente y por ello esta gente lo ama, pero en su intimidad es un ser ruin y ambicioso que cada vez quiere más y más. Borracho de poder, Stark experimentará un verdadero delirium tremens político que le incitará a cometer actos que conllevarán terribles consecuencias.  Es donde se nos presenta la duda de si merece la pena tener a un ser mezquino y despreciable como Willie Stark en un cargo público pese a que contente a la mayoría de sus votantes.

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El trabajo interpretativo de Broderick Crawford resulta vital para hacer que El político sea la gran obra que es. El actor nacido en Filadelfia realiza su interpretación más memorable, tanto que le valdría el Oscar al mejor actor en 1950. Junto a él un envidiable elenco de secundarios con nombres como los de John Ireland, Joanne Dru, John Derek o Mercedes McCambridge, galardonada con el Oscar a la mejor actriz secundaria. El último de los tres premios Oscar que ganaría El político sería nada menos el de mejor película, imponiéndose nada menos que a la magistral La heredera, de William Wyler. No conseguiría el premio al mejor director Robert Rossen, a pesar que su trabajo tras las cámaras es extraordinario. Tampoco lo haría el magnífico guión escrito por el propio Rossen y basado en la novela de Robert Penn Warren, ganadora del prestigioso Premio Pulitzer.

La película puede verse como un documento meramente pesimista del estamento político. Rossen a través de la novela de Warren parece querer demostrar que la ambición y la corrupción son valores intrínsecos en la genética del político. Da igual que Stark fuese un buen hombre, un tipo familiar y honrado, en cuanto llega a gozar de cierto poder la mezquindad y la avaricia se apoderan de él, convirtiéndolo en un hombre que parece haber olvidado todos sus principios y ha mutado en un verdadero monstruo con innegables delirios de grandeza. Es ahí donde realmente vemos a la persona, que no al político que representa Willie Stark. Es donde realmente vemos que ya no queda ni rastro del gran hombre que prometía ser Stark en sus inicios, su propio monstruo lo ha devorado y ya no hay vuelta atrás, su ética está totalmente podrida. El film se muestra totalmente desesperanzador respecto a la política y a las personas que la integran. Quizás demuestre que el ser humano no ha nacido para ostentar una jerarquía y ser justo con sus semejantes. El poder es una fuerte droga que una vez probada es tan adictiva que es imposible de dejar, y el que la prueba cada vez necesita más y más. Eso es lo que le pasa a Willie Stark, es un verdadero adicto al poder y esa adicción es la que le llevará a la perdición como persona.

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Uno de los puntos más destacables que muestra la película es la absoluta pasividad de las personas que rodean a Willie Stark. Todos son conscientes de que es un mal hombre, un tipo corrupto y borracho de poder, pero nadie está decidido a pararle los pies. Todos, incluso muchos de sus votantes, saben que Stark les ha dado mucho pero que no es una buena persona apta para gobernar, saben que es un ser despreciable y egoísta, pero todos callan como borregos y nadie está decidido a bajarlo de las nubes. Quizás recuerde un poco a ese emperador creado por el legendario Hans Christian Andersen, aquel que compró un traje invisible (inexistente) para su propio disfrute en lugar de ayudar a sus súbditos, aquel que pensó que salía a la calle vestido con un traje extraordinario cuando en realidad iba desnudo y que aún así todos vitoreaban y admiraban.  Son esos súbditos, los que no se atrevieron a decir que su emperador iba desnudo y haciendo el ridículo por las calles los mismos que no se atrevieron a parar los pies a Willie Stark a su debido tiempo. Solo un niño, en el cuento, fue capaz de poner en evidencia al emperador y demostrar al resto que el emperador iba desnudo. Tal vez Willie Stark también necesitaba a ese niño, alguien que pudiese ponerlo en su sitio delante de todo el mundo, sobre todo antes de que las consecuencias fuesen terribles.

Y es que esa es probablemente la finalidad que tiene El político, no solo contarnos una apasionante historia de corrupción y ascenso al poder (que también), si no demostrarnos que el ser humano debe ser valiente y plantarle cara a todos los tiranos que intentan aprovecharse de sus privilegios para hacer lo que les venga en gana. Puede que vaya siendo hora de que vuelva ese niño del cuento de Andersen, alguien capaz de decir las verdades tal como son independientemente de lo que los demás crean que es oportuno decir. Es posible que vaya siendo hora de decirle al emperador que es un cretino y que su traje nuevo es tan inexistente como su propia moral.