Hércules: el origen de la leyenda – Obleas mitológicas | La Cabecita

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Hay personas que no son dañinas a menos que esperes de ellas algo que no pueden darte, y lo mismo puede decirse de algunas películas. La que nos ocupa es un buen ejemplo de inocuidad, o sea, no hace mal a nadie a menos que le exijas que observe cierta fidelidad a la leyenda mitológica, que el guión tenga alguna enjundia o que el cachas que la protagoniza te conmueva con sus dotes dramáticas.

Si asumes que el cachas –Kellan Lutz por más señas- no es exactamente Daniel Day-Lewis y que la película consiste en un reparto inveterado de obleas entre el semidiós protagonista y otros forzudos, aderezado por unas cuantas batallas que deben su espectacularidad al cartón piedra de la informática, lo puedes pasar hasta bien. Por lo demás, la escena de cama entre Zeus y la reina Alcmena se nos antoja algo recatada y sobre todo rápida, lo que preferimos atribuir a la irrupción inesperada en la misma de un enfadadísimo monarca Anfitrión más que a la precocidad de Zeus, lo que sería decepcionante para todo un rey de dioses del Olimpo. Pero no queda claro si la brevedad del ayuntamiento carnal es atribuible a una variable o a la otra, la verdad.

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La historia de Hércules es bien conocida, lo que no quiere decir necesariamente que la historia que cuenta la película también lo sea. Sabedor de que Alcides (el Clark Kent de Hércules) no es su verdadero hijo, el rey Anfitrión lo condena a desempeñar un papel en la corte que en el mejor de los casos calificaríamos de secundario, reservando para su hijo verdadero (Ificles, carne de su carne) la mano de la bella reina Hebe. Resulta que Alcides (Hércules para los amigos) se enamora de Hebe y tiene la fortuna de ser correspondido, lo que desencadena el lío pasional entre los dos hermanos y la ulterior ensalada de mandobles, que se desarrolla en varios escenarios geográficos, desde Grecia hasta Egipto con retorno final a Grecia, donde se dan cita los más floridos de cuantos guantazos nos depara el filme. Sin embargo, y pese a la excelencia técnica de ese tramo final, hay que decir en honor a la verdad que a esa hora ya experimentamos algún hastío ante tanto sablazo, sensación por lo demás familiar para cualquier contribuyente a estas alturas de legislatura.

Ocurre que todo en esta vida debe ser disfrutado con mesura, hasta el punto en que no hay disfrute sin contención. El que un ordenador sea capaz de facturar sin tino asaltos a ciudades por parte de hordas de griegos con cascos no debería implicar el que toda película (y ni siquiera esta) constituya una sucesión de asaltos y/o guerras sin solución de continuidad. En otras palabras, el que la informática sea la nueva máquina de hacer salchichas de la espectacularidad en el cine no debería impedir que esa espectacularidad se dosificara un poco, dejando algún lugar a cosas tal vez algo desfasadas pero que quizá valiera la pena rescatar para el cine juvenil, por ejemplo aquella entrañable cosa vintage llamada diálogo, ¿os acordáis?. Me refiero a escenas donde la máquina descansara, secuencias que ofrecieran un alivio en medio de tanta (y tan esteticista) violencia, y que en última instancia lograran que el asalto a la ciudad fuera mejor recibido por nosotros, y quizá por ello más disfrutado.

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El cine de acción y aventuras contemporáneo reúne una serie de tics que a mí me irritan, y de los que no escapa esta película. Por ejemplo: de cada seis soplamocos o hachazos, uno es a cámara lenta. Esta frecuencia se incrementa muy sustancialmente para los saltos que se dan en medio de la lucha, hasta alcanzar el cien por cien. Todos los saltos sin excepción son a cámara lenta. Si tentador es que salgan despacito los mandobles, hacer que el salto de Hércules encima del león de Nemea (que finaliza con la espada del héroe hendida en el lomo de la bestia) se vea a la velocidad conferida realmente por la ley de la gravedad es una vulgaridad, por lo que se ve. Resulta mucho más golosa la posibilidad de ralentizar la caída. Sí, lo comprendo. ¿Pero no podemos ver alguna caída en tiempo real? No pido la ausencia de ese tipo de efecticismos, solo (de nuevo) su dosificación, que probablemente redundaría en un mayor realismo, con la consiguiente suspensión de incredulidad y la auténtica implicación del espectador en la aventura que se nos narra.

Hechas estas consideraciones, Hércules: el origen de la leyenda es una película más digna que otras de similar ralea. No sufras por no haberla visto, pero tampoco temas lo contrario. Está, finalizando y para su gran crédito, bendecida por una completa y muy agradecible falta de pretensiones de la que deberían tomar nota otros cineastas más “intelectuales” que ahora se aproximan al cine de acción para ensombrecerlo con su pretenciosidad. Oiga, el cine de acción está bien como ha estado siempre. Déjelo en paz. Y, ya de paso, aplique la misma política con nosotros.

No es el caso de Hércules: el origen de la leyenda, película que no se da importancia alguna, en gran medida porque no la tiene. Pero atención: otras sí se dan importancia sin tampoco poseerla. 

2.5_estrellas

Ficha técnica:

Título Original: The Legend of Hercules Director: Renny Harlin Guión: Daniel Giat, Renny Harlin, Sean Hood, Giulio Steve Música: Tuomas Kantelinen Fotografía: Sam McCurdy Reparto: Kellan Lutz, Liam McIntyre, Scott Adkins, Roxanne McKee, Liam Garrigan, Rade Serbedzija, Johnathon Schaech, Luke Newberry, Jukka Hilden, Rick Yudt Distribuidora: DeA Planeta Fecha de estreno: 24/01/2014