Trance – Estupidez mental | La Cabecita

 

Danny Boyle es de esos raros casos que quedan el cine ‘mainstream’ de directores para los que todavía es más importante la imagen que la palabra. El problema es que Boyle tampoco es un artesano y abusa del artificio. Esto no siempre es malo, en Trainspotting contagiaba con ese ritmo incesante la sensación de acabar tan puesto como los protagonistas de la película, también en 127 Horas conseguía una notable impresión en el espectador, al igual que pasaba en Trainspotting, aquí también conseguía trasladar al espectador la sensación de desesperación del protagonista, incluso logrando efectos tan portentosos en la percepción del espectador como la del corte del nervio. Pero esto puede funcionar en ciertas películas, en las que el efectismo se convierte más en una virtud que en un defecto. Pero también ha demostrado a lo largo de su carrera que esto puede ser un hándicap, sobre todo, cuando la fuerza de las imágenes se utiliza para subrayar un guión. Es curioso como en su película más laureada, Slumdog Millonaire, tirar de este golpe de efecto continuo sólo ayudaba a restar credibilidad a la película, haciendo que todo pareciera demasiado artificioso y que estaba jugando descaradamente con las emociones de los espectadores dictándoles que era lo que debían sentir en cada momento. En Trance, vuelve a abusar de esto, tratando de impresionar al espectador en todo momento. Buscando fuerza plástica, a través de en un guión en el que parece que todo vale, en el que aprovecha todas sus trampas para que el espectador quede anonadado, pero el resultado difiere bastante de lo pretendido y al final todo resulta bastante ridículo.

Los primeros diez minutos de Trance son realmente notables, a través de la narración de James McAvoy que nos explica la seguridad que tienen en las casas de subastas de arte, se va alternando con la forma de la que los delincuentes conocen esos trucos y consiguen realizar un robo de un cuadro de Goya, a un ritmo palpitante. Sí, aquí de nuevo Boyle tira de lo que mejor sabe hacer, impresionar con la imagen, dejar la narración en un segundo plano, para que las inusitada fuerza de sus imágenes sean las que nos narren un atraco impresionante, trepidante, compuesto por vibrantes secuencias, en la que lo más importante es que además enganchan. Estamos hablando del que posiblemente sea uno de los mejores atracos filmados en los últimos años. Por desgracia la película no continúa por este camino, y se vuelve en una tontería enrevesada, en la que los atracadores, por medio de la hipnosis, trataran de encontrar el cuadro que han perdido, después de que el que se encargó de esconderlo sufriera un traumatismo que le llevó a una pequeña amnesia temporal. Y es aquí, cuando Boyle no cesa en su empeño de impactar de manera visual, pero es incapaz de dejar el guión en un segundo plano, como si sabía hacer, por ejemplo, Chan-Wook, en la reciente Stoker. Un guión tonto, y en el que el director abusa de subrayar cada una de sus vueltas de tuerca.

Y es ahí donde sucede toda la película, en los recovecos de la mente, en los laberinticos pasillos del cerebro. Con la excusa de toda la información que queda escondida por lugares de la mente a los que nos podemos acceder, y que estos vayan saliendo a golpe de hipnosis, Boyle llena de trampas un guión que abusa en exceso de los puntos de giro, no pasan diez minutos de película sin que nos encontremos un nuevo giro brusco e inesperado, esto resulta excesivo. Y lo que es peor, pese a la sorpresa que puedan producir tales giros, por improvistos y la a veces dudosa virtud de no saber por dónde va a discernir el guión en la siguiente página, no es un juego que se contagie al espectador. Ni siquiera la película consigue ser tan complicada e indescifrable como quizá pretenda, todo se une con demasiada facilidad, pero esto no ayuda a darle verosimilitud, todo resulta demasiado ilógico, demasiado tonto, como para resultar creíble. Algo que además se contagia a todos los personajes masculinos de la película, que acaban pareciendo caricaturas salidas de una película de Blake Edwards. Y es que, aunque sólo sea sobre el papel, tan sólo el personaje de Rosario Dawson, un intento de resucitar la figura de la ‘femme fatale’, parece aportar algo interesante a la historia, pero de nuevo, y como le ocurre a la película, el personaje también acaba sintiéndose prostituido por culpa de un guión de lo más estúpido.

Es posible que Trance convenza a ese sector del público al que no le gusten los guiones que puedan tachar de previsibles, que no les importe que jueguen de mala manera con ellos y se dejen engatusar por sus continuos engaños, sin pararse a pensar en que las trampas y los juegos que realiza sean tan impredecibles como idiotas, tan imprevisibles como tontos. Pero lo cierto es que Trance deja un regusto amargo, la promesa de estar ante una trepidante cinta de atracos como la que se nos presenta en primera instancia, diluida por completo en la mente de un director que sólo sabe jugar con el golpe de efecto. Se agradece que la visión del cine de Boyle se aleje del patrón del Hollywood más convencional, que le guste jugar más con la imagen que con su guión, pero para que esto funcione, es el guión el que debe dejarse de lado, tal y como ocurría en su anterior película, anteponer siempre la imagen a la palabra, la misma filosofía que siempre defendió Hitchcock. Cuando las imágenes buscan impactar, subrayando un guión torpe e idiota, el resultado acaba siendo aún más desastroso, y Trance es la mejor prueba de ello, en la que posiblemente sea la peor película de la carrera de su director.

Título Original: Trance Director: Danny Boyle Guión: Joe Ahearne, John Hodge Fotografía: Rick Smith Música: Anthony Dod Mantle Interpretes: James McAvoy, Vincent Cassel, Rosario Dawson, Tuppence Middleton, Danny Sapani, Wahab Sheikh, Lee Nicholas Harris, Ben Cura, Gioacchino Jim Cuffaro, Hamza Jeetooa Distribuidora: FOX Fecha de Estreno: 14/06/2013