Los Descendientes – Pasado, presente y futuro | La Cabecita

Han pasado siete años desde que Payne dirigió su última película, un periodo bastante largo de tiempo, algo que nos ha hecho esperar con bastante expectación su nuevo largometraje, en este tiempo tampoco ha estado parado si no que se ha dedicado bastante a su nueva tarea de productor, llevando a salir a la luz películas como La Familia Savage, Convención en Cedar Rapids o El Rey de California, también produjo la serie Hung de la HBO de la que dirigió el piloto, y escribió un guión que finalmente no se llevó a cabo pero que posiblemente realice después de estos Descendientes. Es cierto que no ha estado parado, pero estos siete años se han antojado demasiados para esperar el nuevo trabajo de uno de los realizadores norteamericanos más interesantes y que más va a tener que decir durante las próximas décadas.

Antes de que podamos ver los créditos iniciales Payne abre con una escena en el agua de vital importancia, una en la que la mujer del protagonista está en una lancha motora, realmente podríamos decir que es una escena de fuera de relato, de hecho esta es la única vez que veremos con vida a este personaje, pero la importancia de esa escena es vital y realmente  no dejará de estar presente durante toda la película. Ese incidente es el que cambia por completo la vida de Matt King, un tipo que podría parecer exitoso, tiene una familia, dos hijas, vive en el paraíso, <<¿Paraíso? Y una mierda>>, sentencia nada más comenzar la película, y es que en el Hawái que vive este Matt King no tiene nada que ver con ese idílico paraíso tropical que el cine nos ha mostrado casi siempre, y además él, pese a toda esa imponente fachada no es más que otra persona que siente fracasada en la vida y totalmente perdido dentro de su mundo, uno de esos perdedores que han estado siempre presentes el cine de Payne, como el profesor adultero de Election, el viudo recién jubilado de A propósito de Schmidt o el divorciado incapaz de publicar su novela de Entre Copas. Matt King de repente se ve solo y lo que es peor se ve sobrepasado por todo lo que no entiende y cargado de nuevas responsabilidades. Matt tendrá que lidiar con dos hijas rebeldes, de las que no puede entender por qué le guardan tan poco respeto, tampoco entiende por qué su mujer le engañaba y quería divorciarse de él, además como heredero de unas extensas tierras en Hawái se verá responsable a lidiar con todos sus primos en un interminable proceso de venta, ese es el paraíso actual de Matt King, normal que diga que ese paraíso es una mierda.

Tras enterarse de la infidelidad de su esposa, Matt se verá en la necesidad de encontrar a ese hombre para darle la noticia sobre el incidente, un acto que está a medio camino entre la curiosidad y el temor pero que sobre todo se acaba convirtiendo en un último acto de amor. Esto será lo que marque el devenir de toda la película, así se aventurará de una isla a otra del archipiélago de Hawái, una metáfora perfectamente usada por Payne para explicar el desperdigamiento de la familia, y es que uno de los muchos temas del film no deja de ser la disfunción familiar, para encontrarse con ese hombre sin saber muy bien si lo único que busca es encontrar los motivos que llevaron a su mujer a querer separarse de él cuando creía que todo iba bien o si realmente lo hace como una necesaria vía de escape a la que aferrarse. Esta visita también influirá en su decisión de cara a la futura venta de esos terrenos, algo que podría acabar siendo una mera comparsa de fondo, pero que Payne la utiliza muy bien para crear en ella una reconciliadora toma de conciencia con el pasado e incluso un valido argumento vengativo.

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Lejos de caer en el melodrama en el que habría sido realmente fácil caer con una historia como ésta, Payne narra con el satírico sentido del humor que siempre ha acompañado a su cine, acompañando a la película con las ácidas reflexiones en off de su protagonista y regalándonos también secundarios de naturaleza divertida pero que no se dejan caer en la caricaturización. Payne consigue lograr un perfecto equilibrio entre la comedia y el drama sin perder nunca el sentido, sabiendo captar la complejidad de las relaciones emocionales y dotando a la película de un tono calmado, pero también triste y melancólico capaz de alternar en una misma escena un momento cómico con otro dramático o de aumentar el dramatismo en pequeños y necesarios momentos puntuales como el monólogo al lado de la cama de su esposa por parte de Clooney. Es precisamente Clooney una de las cosas que más destaca en la película con su increíble interpretación, quizá lo más grande de su papel es lo fácil que resulta creer a Clooney como un hombre medio abandonado, herido y perdido, porque es difícil conociendo a Clooney pensar en él así, pero aquí consigue borrar toda su fachada para dar vida a este pequeño perdedor que es Matt King. Y aunque realmente la película cuenta con un gran reparto dónde todos destacan, quizá la sorpresa más agradable nos la llevamos con una extraordinaria Shailene Woodley en un complejísimo papel de niño teniendo que ser adulto.

Una de las muchas cosas que resultan increíblemente fascinante en Los Descendientes es el tratamiento que se le da a Hawái, de una forma que posiblemente no hayamos visto nunca, Payne se aleja del habitual enfoque turístico con el que siempre ha aparecido la isla en el cine y nos traslada de lleno al corazón urbano de Honolulu, algo que está muy lejos de ese paraíso al que Matt King se refiere en la primera escena, esto también es de vital importancia puesto que como ya ocurría en Entre Copas el paisaje toma también posición privilegiada como un personaje más, que aunque es una visión desconocida tampoco renuncia a sus raíces, y no faltan esas horribles camisas de flores (‘Hasta el más rico de Hawái se viste como un vagabundo’ dice King) ni una estupenda banda sonora con temas autóctonos a ritmo de Ukelele. Payne completa una película redonda, donde sin miedo se aventura a tocar muchos temas, pero sabiendo ordenarlos para no tropezarse ni dejar que ninguno parezca superficial o se quede abandonado, y es que Payne abre sobre el agua, y cierra debajo de ella con un precioso plano contrapicado, cerrando así un círculo perfecto en el que consigue llegar, no solo la película, sino también sus personajes, a una necesaria estabilidad. ¿Que Los Descendientes tienen escrito Oscar en la frente? Por supuesto, pero con todo merecimiento.

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