Verbo – Chapero-Jackson y su crisis de los cuarenta | La Cabecita

Eduardo Chapero-Jackson logró con su trilogía de cortometrajes: A contraluz, multitud de premios internacionales, y no sólo eso, si no que llego a hacerse por derecho propio con un nombre entre la comunidad cinéfila española. El director madrileño que llegó al cine de la mano de Alejandro Amenábar realizaba ahora su tan esperado debut en el largo, un debut que sinceramente podría haberse ahorrado y no filmar jamás, ya que es uno de los mayores horrores perpetrados en los últimos años en este país (al menos de los camuflados como cine de verdad).

Podría intentar explicar de qué trata Verbo pero me parece un esfuerzo estúpido y fútil por lo que no lo haré. Pero seamos justos, en la película de Chapero-Jackson no todo es tan horrible y es que hasta que llega al punto de no retorno, estamos ante una cinta que parece ser interesante y tener algo que contarnos. Tras un prólogo genial y de lo más desconcertante, el realizador trata de acercarnos hasta la adolescencia perdida actual, lo hace a través de una joven cuya única obsesión se limita a encontrar a un personaje llamado “Lirico” que siente que anda detrás de ella. No es que Jackson filme una obra maestra, pero sí que firma un interesante cortometraje que incluso tendría un final esplendido, pese a la pasada vuelta de rosca buscando la metáfora, algo que se convertirá en una constante en toda la película. El realizador sabe perfilar bien los personajes, jugar con ellos y montar algo que sea atrayente para el espectador en apenas tiempo, pero justo entonces es cuando se le va completamente la cabeza, llegando a un momento en el que el ridículo se hace con el control de la película.

Es entonces cuando entran en escena especie de escuadrón de ángeles protectores con estética rapera y montados en patinetes cuando empieza a convertirse en algo demencial que da auténtica vergüenza. El problema no está sólo en lo demencial de lo asunto, ver a Chapero queriendo jugar a ser Tarkovsky resulta bastante lamentable, más aún cuando lo que cuenta no tiene forma de sostenerse en pie. Los personajes son todos ellos meras caricaturas, un intento bastante penoso de acercarse a una estética anime, algo que a Chapero-Jackson le debe perseguir bastante y tiene cierta intención de hacer ver que a sus cuarenta años aún es un chaval guay, por eso, debe ser por eso, porque si no tiene ninguna otra explicación, a mitad del viaje convierte a los personajes en dibujos anime y se monta un videoclip de rap sin venir a cuento. Y cuando ese viaje por fin termina, que termina y ya, no hay más explicaciones y por supuesto no nos detenemos a pedirlas, nos llega lo inevitable, la conclusión final, no hay manera de escapar de ello, nos persigue como esa oscuridad, y está claro que la protagonista ha aprendido mucho rodeada de esos samuráis con leds de luces y la capucha puesta, aprende tanto que es capaz de dar un discurso en clase, poético por supuesto, y es que a partir de la mitad de la película sólo se puede hablar como si estuviésemos en un rap, que es más bonito y queda más chulo, y es capaz de encontrarse y de ser sí misma, y eso nos lleva a lo aún más inevitable, una vomitiva escena final, también dibujada con lápices de Alpino, porque así todo resulta más guay.

Bien, supongamos que somos superhéroes, y somos capaces de atravesar todo este viaje que Chapero-Jackson monta por culpa de su evidente crisis de los cuarenta y centrémonos en otros aspectos de la película (sí, la llamaremos así porque la echan en los cines, pero queda más apropiado usar el término: “cosa”).  La hiperreferencia que se gasta Chapero-Jackson me hastía en exceso, parece que en cada plano quiere meter un homenaje o guiño hacia cualquier cosa que haya visto u oído a lo largo de su vida. Además el realizador madrileño se muestra claramente obsesionado por dotar a cada plano de una fuerza y una garra que no sólo no son necesarias si no que además por el abuso de esto acaban siendo un montón de planos grandilocuentes carentes de cualquier tipo de magnetismo. La tendencia hacía la hipérbole y el subrayado son apenas dos simples cualidades más en un guión absolutamente demencial, adornadas de frases con bonitas ritmas que tienden hacía lo poético pero careciendo de cualquier tipo de arte en su formación. ¡Y qué decir de sus protagonistas! Una panda de aspirantes actores salidos de la lamentable cantera de la televisión española, cada uno más ridículo que su compañero si cabe.

Es posible que Chapero-Jackson estuviera acabando de rodar su corto, cuando llegaron los señores de Telecinco y le dijeron: “Alarga esto un poquito que te financiamos tu primera peli” y que así fuera como naciera Verbo, es una posibilidad como otra cualquier otra pero que me gustaría pensar que es real. Me cuesta creer que una persona en su sano juicio pudiese escribiese esto, y me cuesta más aún pensar que hubo otro alguien que dio luz verde a un proyecto tan demencial y absurdo como este, un cine pretencioso, aburrido, carente de alma, sin chispa, sin brillantez, totalmente ridículo, espantoso… Sí, no cabe duda de que Verbo es una película bastante distinta a la mayoría del cine español que se suele hacer, pero por suerte eso es así, si las producciones arriesgadas que se quieren tomar en España se parecen más a Verbo que a Eva, casi es mejor que sigamos tirando de lo de siempre, al fin y al cabo no nos llevaremos ningún susto cuando veamos el resultado.

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