La Voz Dormida – Levantando la voz con la misma canción | La Cabecita

Se esperaba con bastantes ganas el nuevo proyecto como realizador de Benito Zambrano, el realizador sevillano que completa con ésta su tercera película en doce años, y que siempre se ha tomado los proyectos con bastante calma. Quizá por la temática y el relato sobre mujeres que se nos vendía, podíamos esperar de ella que fuese una película bastante cercana a la opera prima del realizador sevillano: Solas, y pese a la pereza que da a estas alturas el seguir acercándose a películas sobre la guerra civil a la espera de que suene la flauta y por una vez consigan mostrarnos algo distinto, había bastante expectación por ver qué era lo que había hecho Zambrano. Y aunque las críticas no fueron del todo buenas tras su paso por San Sebastián, ahí estaban la Concha de Plata a María León y la pre-selección al Oscar como excelentes cartas de presentación.

Al final todo era simple agua de borrajas, en una muestra de que el tema de la posguerra ya lo hemos trillado tanto en estos últimos años, que salvo excepciones muy puntuales, la mayoría de los acercamientos a él cansan por lo repetitivo y la poca muestra de originalidad que muestran, dos cosas de la que la cinta de Zambrano claramente adolece. Adaptando la última novela de la escritora Dulce Chacón, Zambrano nos acerca a 1940 con la guerra recién terminada, a una cárcel de mujeres en Ventas en la cual se encuentra Hortensia, embarazada, y encarcelada por colaborar con el partido comunista. Hasta Madrid tendrá que subir Pepita, su hermana, para ayudarla desde fuera, no sólo dentro de lo legal, si no también con actividades relacionadas con el partido.

Obviamente y como es de esperar en una producción como ésta, el relato es claramente partidista y aunque el realizador se empeñe en decir en más de una ocasión que los malos en la guerra son todos, no parece del todo decidido a la hora de mostrarlo, creando unos fascistas terribles (impagable el detalle de juntar la bandera del pollo con la nazi) y unos republicanos que son todos unos buenazos, un detalle que más allá de las ideologías políticas, empieza a ser una constante bastante innecesaria en nuestro cine, que parece no querer contarnos una historia desde un punto de vista más apolítico, demonizando a toda condición política y creando un producto que si podría ofrecernos algo realmente bueno. Dejando esto de un lado y centrándonos en el resto de la película tampoco hay mucho por dónde salvarla y es que no deja de ser una película bastante maniquea, no sólo en lo que respecta a sus ideas políticas, si no también en lo cinematográfico, y es que Zambrano se tira durante las dos horas que dura la película, en busca de una lágrima fácil que no llega a encontrar siempre por lo hueco que se encuentra todo el contenido y aunque el realizador se lance exageradamente hacía la reiteración y el subrayado para conseguir lograr su propósito.

La cinta deja en todo momento una continua sensación de haberse visto ya antes, nada en su historia realmente destaca por novedoso, ni sus personajes, meros estereotipos, ni las situaciones que en ella nos relatan, que pese a lo impactante que puedan éstas resultar, el espectador ya curado de todo tipo de espanto ve con impasividad. Técnicamente tampoco consigue ser un film que acabe destacando, sus decorados son bastante limitados y quedan a la altura de producciones televisivas ambientadas en la época, aunque si bien es cierto que esto se bastante solventado por la extraordinaria fotografía con la que nos deleita Alex Catalán. Zambrano nunca ha sido realmente un director excesivamente dotado cinematográficamente hablando, aún así se muestra bastante correcto y sobrio aunque no nos deje nada para el recuerdo.

Donde el de Lebrija siempre ha demostrado ser un excelente realizador es a la hora de exprimir a sus actores al máximo, ya lo hizo en Solas dónde María Galiana, Ana Fernández y Carlos Álvarez-Novoa nos deleitaban con tres actuaciones soberbias. Aquí el realizador vuelve a conseguir lo mismo y hace que todo su reparto este esplendido. Por supuesto que la que más destaca es María León (hermana del también actor Paco León, y que hace su debut en el cine demostrando hacía que lado se fue el talento en la familia) con una de las actuaciones más viscerales y desgarradoras de los últimos años, haciendo real y único a un personaje que como ya habíamos comentado antes no deja de ser un gran estereotipo que resulta difícil de creer. Tampoco se queda atrás Inma Cuesta, quizá relegada un poco a un segundo plano por lo maravillosa que está la León pero a la que sería injusto no destacar.

La mejor definición que se podría dar de La Voz Dormida es que simplemente es una más de las muchas películas que nos han llegado ambientadas en la posguerra española, una película bastante plana y que realmente no aporta nada nuevo, pero que se ve apoyada en dos actuaciones magistrales que consiguen hacer parecer al conjunto incluso mejor de lo que es, también ayuda el buen ritmo que mantiene la película, algo que se sabe mantener durante las dos horas que dura y gracias al cual consigue no llegar a aburrir al espectador, pero eso no es suficiente para emocionarle lo más mínimo, ni siquiera con su innecesario epílogo final.

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