Somewhere – Under the Rainbow | La Cabecita

El 2010 se convirtió en el año de las mujeres en el cine, si Kathryn Bigelow se convertía en la primera mujer que recibía el Oscar a la mejor dirección, en Venecia, el León de Oro iba a recaer en Somewhere de Sofia Coppola. La hijísima, hace tiempo dejo de ser la “hija de” para convertirse en una realizadora con nombres y apellidos propios. Unos nombres y apellidos a los que se les pueden reprimir muchas cosas, cómo el vivir en un lujo y una comodidad constantes desde la infancia, sin ningún tipo de gran drama con el que imprimir a sus películas, pero lejos de hacer que por culpa de esto su cine se quede en mera pose, la Coppola sabe convertir todo lo que siempre ha tenido a su alrededor en un importante sello. Y ha logrado labrarse un camino propio hasta ser referencia clara en el panorama cinematográfico actual.

Como ya hiciera en Lost in Translation, e incluso en Vida sin Zoe, el primer guión que escribió, junto a su padre y que este incluyo en Historias de Nueva York, Coppola nos vuelve a trasladar su historia a un hotel, un tipo de vida que con toda seguridad conoce muy bien. En esta ocasión ambienta su historia en el célebre Chateau Marmont, el lujoso hotel situado en Sunsted Boulevard y por el que han pasado la gran mayoría de las estrellas de Hollywood. Allí sitúa a Johnny Marco, un actor que pasa por su mejor momento profesional, al que le es imposible salir siquiera a tomar el desayuno sin escuchar cuchicheos alrededor, que tiene a todas las mujeres que quiera (ya sea gratis o pagando), que tiene todo lo que desea a su alcance, pero que en cambio no puede evitar sentirse en la más profunda soledad, una soledad que se verá alterada con la llegada su hija.

Somewhere no podía empezar de una forma más contundente, con esa sobria escena en la que Johnny Marco conduce a toda velocidad, dando vueltas sin sentido y sin que se escuche más ruido que el del rugido de su lujoso Ferrari. Es curioso cómo Coppola crea este personaje que en cierta forma resulta bastante repelente, con ese toque de estrellita divina, le vemos al principio cayéndose por las escaleras, ebrio y acompañado de mujeres, rompiéndose el brazo, incapaz de distinguir a las strippers a las que llama a su habitación, e incapaz de responder cualquier pregunta que requiera un mínimo de inteligencia, pero a su vez consigue un perfecto magnetismo con el espectador, cuando se le ilumina el rostro en esa misma rueda de prensa al ser preguntado por quién es la Cleo que le firma el yeso.

Y es que esa Cleo, su hija, es la que cambia todo su mundo cuando aparece en escena. Esa soledad de la que Marco no puede huir se ve quebrantada ante su llegada, encontrando en ella más que un contrapunto generacional, una compañía más que necesaria. Coppola no busca crear conflictos (ni ningún tipo de gran drama en general), lo que busca en esta Cleo quizá se trate de un reflejo de la infancia de la propia realizadora –o quizá de lo que quiso ser-, podríamos también decir de esta Cleo que es el antagónico a la Zoe de Vida sin Zoe. Sin necesidad de grandes lujos aún estando acostumbrada a tenerlo todo, lo único que necesita es lo que no tiene, la compañía de su padre. Ambos se convierten en amigos y confidentes y sin lugar a dudas la presencia de ésta deja una huella permanente sobre Marco.

Lo que Sofia si le debe a papi es el talento a la hora de rodar, la formar encontrar los encuadres perfectos en todo momento y de saber darle a las escenas otra dimensión más allá de lo plástico. Así de forma casi hipnótica nos vamos acercando al rostro de Johnny, completamente enyesado, sin poder mediar más palabra que la de una respiración que retumba de forma casi cronometrada, y que nos seduce de una manera poética como esa máxima referencia a toda la soledad que impregna al film.

A Stephen Dorff, un actor que siempre ha sido bastante valido pero que acabo bastante perdido, Coppola nos lo redescubre en esta película en la que el actor norteamericano nos deleita con todo un recital de interpretación, vistiéndose la lujosa piel de Johnny Marco, un personaje nada fácil, por todo su oscuro y dramático fondo, recubierto por una necesaria fachada de cara al público, en el que cómo en esa magnífica escena la Coppola nos muestra como las sonrisas se acaban al bajar del pedestal, y realmente Dorff consigue captar ese aura a la perfección. Pero no está solo, con él está Ellen Fanning, a la que aquí hemos visto (y nos ha seducido) antes en Super 8. Pese a su edad Fanning es un torbellino de emociones, te mira de manera seductora y te sonríe de una forma completamente adorable, y aquí no se limita a ser una simple niña, va mucho más allá convirtiéndose en la pareja perfecta, y la cabeza sensata en la relación con Marco, y la Fanning es capaz de transmitir una increíble madurez con tan solo una mirada.

Sí, es cierto que posiblemente Coppola viviera con grandes lujos y su vida no se viera rodeada de ningún drama, pero aquí sabe de lo que está hablando, una magnética e incluso poética mirada a la soledad cuando se tiene todo. Somewhere podría ser más un cuento que una película, y es que no hace falta ser una superstar para sentirse reconocido en los personajes de esta fábula solitaria y en todo lo que aquí nos cuenta, al final todo ese lujoso desamparo, no deja de ser como una forma más de interpretar ese sentimiento que llega a sentir cualquier persona en alguna etapa de su vida. La realizadora aquí nos brinda con una maravillosa película, no sólo sobre la soledad, sino sobre una estrella de Hollywood, su hija y un hotel.

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