Arrietty y el mundo de los diminutos – La historia (diminuta) más grande jamás contada | La Cabecita

Han coincidido en el tiempo los mejores años de Pixar con la etapa más floja de Ghibli, lo que en cierta forma nos ha hecho olvidarnos de la magia de la compañía del país del sol naciente. Pero por suerte, parece que Ghibli ha vuelto, ¿para quedarse? Habrá que verlo, pero al menos por ahora vuelven a estar aquí. Arrietty y el mundo de los diminutos es posiblemente la mejor película del estudio de Miyazaki, desde que este estreno El viaje de Chihiro, hace ya diez años.

El comienzo de la película es simplemente una delicia, no solo por crear a unos personajes tan maravillosos y emocionantes como todos los que protagonizan el film, si no por meternos de lleno en ese mundo tan mágico que nos regalan. ¿Alguien pensó alguna vez que se podría coger un terrón de azúcar de una forma tan trepidante? Pues sí, y no solo eso, si no que atravesar un puente de clavos y sacar un pañuelo de su caja, se convierten en actos de pura poesía.

Tras esta mágica presentación la película en absoluto baja el ritmo, si no que sigue un camino que nos regala momentos absolutamente asombrosos como la primera conversación entre Sho y Arrietty o la «remodelación» de la cocina. Quizá lo único que por el camino se pierde es una tensión que no vuelve a llegar hasta su fantástico final, dónde todos los ingredientes del principio se vuelven a juntar, y que por supuesto, como nos tiene acostumbrado la gran Ghibli, consigue emocionar.

Pero sin duda lo que hace grande a esta película, es la hermosa relación de amor platónico que existe entre sus dos protagonistas, dos fantásticos personajes, radicalmente distintos que viven una experiencia asombrosa. Una historia que inevitablemente nos lleva a acordarnos de otras tan fantásticas como la de Chihiro y Haku, narradas con la misma destreza, y en las que existe la misma magía.

El fantástico animador Maro Yonebayashi, hace su debut como director, y nos regala momentos y planos, que ya quisieran muchos directores conseguir, de nuevo me remito a la fantástica escena de la aventura en la cocina, un auténtico prodigio de dirección.

Es el propio Miyazaki, el que se hace cargo del guión, para el que toma prestados los famosos personajes creados por Mary Norton. Precisamente es el hecho de usar a unos personajes tan asentados en la cultura occidental, lo que le hace alejarse de las leyendas niponas a las que ya estábamos acostumbrados, y hace darle a la película una dimensión bastante distinta a la habitual en la obra de Ghibli, pero en la que todo funciona perfectamente, y está narrado con un mimo enternecedor.

Si a unas imágenes maravillosas, y un guión prodigioso, le sumamos la fantástica banda sonora de Cécile Corbel, el resultado es una maravillosa obra maestra, un auténtico prodigio de la animación, un nuevo regalo del único género en el que actualmente cuesta pensar aquello de que cualquier tiempo pasado fuera mejor.

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