Conan, el bárbaro – Una película para nadie | La Cabecita

 

La vida del cinéfilo está llena de grandes misterios, preguntas que uno se hace y por más que lo intenta es incapaz de encontrar una respuesta. Estas preguntas por supuesto son diferentes para cada cinéfilo, al fin y al cabo nadie sabe la verdad absoluta (aunque algunos nos acerquemos más que otros). Una de esas preguntas que yo me hago es: ¿Qué ve la gente en la película Conan de John Milius, como para que esta, 30 años después, siga estando tan bien considerada?

Y no, no me refiero a que haya envejecido mal, realmente nació vieja, con sus efectos de cartón piedra en la época de las batallas en una galaxia muy, muy, lejana. Y sus grandilocuentes planos infinitos del desierto del Almería, cuando los spaguetti-western ya habían pasado a mejor vida. No, no me refiero a eso, que pese a todo puede atraer un importante factor nostálgico. El Conan de Milius, era una película horrible, con un ritmo tedioso, con un guión insípido, terriblemente rodada, y sin nada en absoluto que mereciese el más mínimo recuerdo. Es por esto que como cinéfilo, me pregunto muchas cosas, y es también por esto, por lo que el remake de Conan no me pareció tan mala idea.

Y la verdad es que este remake de Conan es superior a su predecesora, Nispel firma un producto sin alma alguna, pero terriblemente eficaz y consciente de sus limitaciones. Esta nueva Conan no es más que una sucesión de peleas, con pequeños intervalos entre ellas para que el espectador respire. Es Testosterona pura y dura. Y es que si no hay para más, no te esfuerces a hacer nada más.

La sucesión de batallas, dota a la película de un ritmo ágil que no deja lugar al aburrimiento, el bueno de Jason Momoa apenas tiene tiempo de bajar su espada. Además todas ellas están rodadas bastante bien, algo que realmente es de agradecer. La acción es frenética y trepidante, con secuencias que realmente piden la atención del espectador, como la de la persecución de la carroza.

Por supuesto, esos pequeños interludios que van de una batalla a otra, no guardan nada en ellos y parten de una trama que no exige el mínimo esfuerzo del espectador. Conan es un niño que ve como matan a todo su pueblo, y de mayor va en búsqueda de venganza. Si, también hay algo acerca de unas máscaras mágicas para darle más emoción al asunto, pero realmente no importa lo más mínimo.

Esas líneas no guardan ningún carácter, ninguna frase memorable, a excepción de unos cuantos gritos al cielo, y la exaltación del macho Conan, un tipo que como buen bárbaro habla bien poquito, lo que hace que no haya ningún discursito de los típicos en producciones épicas. Cosa que el espectador también agradece.

Y no, tampoco es que al guión de una producción como esta se le deba pedir mucho más, aún así es inevitable de que quede la sensación de que si la película se hubiera tomado con algo más de humor, el resultado final podría haber resultado mucho más satisfactorio que el que nos deja la película al terminar.

El protagonismo recae sobre Jason Momoa, actor al que los fans de la ciencia ficción recordaremos siempre por interpretar a Ronon Dex en Stargate Atlantis. La elección de Momoa no podía ser más acertada, más que por sus (inexistentes) dotes interpretativas, por su enorme carisma. Un carisma del que incluso Schwarzenegger carecía en sus inicios, cuando aún tenía cara de panoli, pero que Momoa en su primer papel en el cine (y primera vez que el protagonismo recae sobre él) derrocha con desparpajo.

Pero por mucho que nos empeñemos en intentar maximizar sus pequeñas virtudes, sobre todo en comparación con la primera película, lo cierto es que la cinta de Marcus Nispel no deja de ser una película bastante mala, que como decíamos al principio es un producto sin alma y sin carácter.

Pero ante todo, si de algo adolece esta nueva versión de Conan es de la posibilidad de poder satisfacer a alguien, y es que es un producto del que es difícil pensar que pueda gustar a los fans de la película original, gente más volcada a la cinta de Milius por la nostalgia que esta les trae, que por sus virtudes. Y a los que ya en su día no disfrutaron con la anterior, se encontraran con una mejora de calidad entre una y otra tan ínfima que no deja margen suficiente para que realmente se pueda disfrutar y valorar como algo nuevo.

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